Amaneció el día y mi sonrisa se despertó al mirar el cielo, porque había algunas nubes, pero el sol estaba ahí, reluciendo como gusta, anunciando que la mañana se adentraba y ya quedaba menos para que la tarde llegara, esa tarde, esa tarde de Lunes Santo. Había que estar a las 4 de la tarde en la Iglesia y allí estábamos, pero antes, como ya es tradición, echamos en aquella cafetería algún cafelito, donde no podía faltar un año más, el cante de ese que de arte no ira sobrao, pero que de ganas rebosa, que es mi amigo Sopli.
La hora llegó y los presagios eran bastantes buenos, porque el riesgo de lluvia era mínimo y la Hermandad, segura de si misma, no dudo ni un momento de que había que salir a la calle. Estábamos aún en el patio y las últimas palabras de Isacio Ocaña, 1º capataz de la Hdad., eran de fuerza y confianza, de ilusión, porque parecía que este, que este año si era nuestro y había que “reventá”.
Se abrieron las puertas y yo, yo ya estaba bajo el Paso, feliz, como cada año que pasa y me puedo ver ahí abajo, y pensativo, acordándome de los míos, de los que están y de los que ya me faltan. Estaba feliz y muy ilusionado, aunque también algo tenso, porque este año, porque este año como alguno me dijo, me jugaba mucho. Para mí, iba ser muy especial, porque este año, mi voz, iba a ser una de las que se escucharan bajo el paso al son de la música, una de las que iban a marcar las marchas que sonarían, una de las voces que marcaría el andar de La Oración por las calles de Linares.
La salida fue buena, emocionante como cada año, con la lonja en bote y a los sones del Himno Nacional. Se bajó el Paso nada más bajar la rampa y al levantar, sonaron las marchas Orando al cielo y Acógelo en Tu Reino. Marcha tras marcha, el Paso avanzaba sobre los pies y yo esperaba mi momento, donde mi voz empezaría a marcar a los sones de la Agrupación Musical Ntro. Padre Jesús de la Pasión, de esta misma ciudad, de Linares.
Todo marchaba como tenia que marchar, o al menos desde debajo del paso, eso parecía, porque bajo el faldón, no se veía ese cielo que cada vez estaba más encapotado. Se paró en la calle Campanario para un relevo y ahí, empezó la cosa a empeorar. Los nervios empezaron a sentirse y la calzada a verse llena de gotitas de lluvia que caían desde el cielo, pero no había miedo y la cofradía, VALIENTE, pidió tranquilidad porque se seguía hacia adelante, pues solo eran eso, unas gotitas.
Ya estábamos en Rosario y camino de la puerta del Museo Arqueológico, frente al azulejo en honor a la Virgen del Rosario, el tiempo se complico. Era ahí, en esa levantá que sería dedicada a esa imagen de aquel azulejo y su Hermandad, donde yo, empezaría a marcar.
El paso se detuvo a esa altura de la calle y yo, muy seguro de mi y de lo que debía de hacer, me dirigí a la cuadrilla diciendo lo que se haría cuando sonara el llamador para esa levantá. El Paso se levantaría a pulso, muy despacio, arrancando la marcha a la vez que el Paso subía y una vez arriba, tres pasos, tres y un costero, serian con los se empezaría a andar.
Se podría decir que era mi debut como vocero, donde yo me iba a estrenar dando las voces, bajo el Paso de Ntro. Padre Jesús de la Oración en el Huerto, donde yo, he crecido y donde yo, me he hecho costalero.
Pero la tarde se trunco y la calzada, en la que antes solo se veían unas gotitas de lluvia, empezó a llenarse de charcos de agua. La lluvia apretó y mucho, y el tiempo no nos daba otra opción: había que darse la vuelta. Yo seguía bajo el Paso y fuera, mientras se colocaba sobre todo el Paso un gran plástico, se escuchaba mucho jaleo de gente y sobre todo, lamentos, lamentos porque un año más, por culpa de la lluvia, nos teníamos que volver.
A paso de mudá se volvía el Señor de la Oración para su Iglesia y para mí, sin dar tiempo casi a nada, acababa el Lunes Santo.
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