La Virgen de la Soledad y la de Montserrat, en el encuentro que tuvo lugar hace 40 años
Sevilla.
Hace cuarenta años, Montserrat cedió su cuadrilla del paso de Cristo para que pudiera salir la Soledad de San Buenaventura.
Los nazarenos de la Soledad formaban bajo las arcadas del claustro de San Buenaventura, donde el tiempo parece detenerse cuando empieza a atardecer. Sin embargo, en el zaguán del convento, el Teniente de Hermano Mayor, José Gaviño, y el Mayordomo, Félix Albarrán, agitaban nerviosamente sus relojes y preguntaban por los costaleros del “Rabanero”. Nadie los había visto. Lucía el sol en aquella tarde de Viernes Santo, 31 de marzo de 1972. Hasta ese momento, el buen tiempo había permitido salir a la calle a todas las cofradías que integraban la nómina de la Semana Santa. Los sevillanos habían grabado en sus retinas- las cámaras de vídeo eran escasas y de uso profesional- muchas y emocionantes imágenes para el recuerdo: el viernes de Dolores, la Virgen de Consolación salió por primera vez bajo bambalinas azules para visitar el Sanatorio de San Juan de Dios y la cárcel de Ranilla; el Lunes Santo, Caifás se levantó por primera vez de su trono y se colocó en la delantera del paso de San Gonzalo, junto a Jesús del Soberano Poder; el Miércoles Santo, el Buen Fin estrenó con éxito el grupo del Descendimiento de Alvarez Duarte...
Aquella tarde del Viernes Santo, la Soledad estrenaba una saya de raso blanco bordada en oro por Dolores Pérez Toscano. Las puertas del convento de San Buenaventura se abrieron a las siete menos cuarto de la tarde, tal como estaba previsto, y la Cruz de Guía se puso en la calle a pesar de la llamativa y preocupante ausencia de los costaleros. La Junta de Gobierno sólo contemplaba la posibilidad de un retraso, de una falta de puntualidad, pero la realidad empezaba a ser tozuda. Lo cierto es que el capataz contratado por la hermandad, José González Solano, más conocido en los ambientes cofradieros como el “Rabanero”, no se había presentado porque no disponía de cuadrilla. Esa misma mañana había sido visto en las vecinas localidades de Camas y Olivares intentando reclutar costaleros de urgencia, pero no los había disponibles para esa tarde ni en Sevilla ni en los pueblos cercanos. Días después, el “Rabanero” se limitaría a explicar a la hermandad que había sido “traicionado por terceras personas que le habían prometido costaleros suficientes para sacar un paso”.
El Hermano Mayor de la Soledad, Francisco Yoldi Delgado, solicitó al Consejo de Cofradías pasar por la Carrera Oficial tras el Cachorro, con la intención de ganar tiempo para reclutar costaleros de otras hermandades. La primera gestión realizada fue con Antonio Rechi, capataz de Montserrat, que lamentó no disponer de hombres de relevo suficientes para completar las trabajaderas de un paso entero. Mientras tanto, la Junta de Gobierno de la Soledad desestimó la posibilidad de salir, como en el Vía Crucis del primer viernes de cuaresma, con el Cristo de la Salvación a hombros de los penitentes. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, el Diputado Mayor reunió a los doscientos nazarenos de la cofradía para informarles de la situación y rezar el Santo Rosario. Según relata José Manuel Muñoz Suárez en su libro “De Caño Quebrado a San Buenaventura”, “se rezaba el cuarto misterio, Jesús con la cruz a cuestas, cuando se presentaron en la Iglesia el Hermano Mayor de Montserrat, Guillermo Pickman Albandea, y su Mayordomo, Rafael Jiménez Cubero, comunicando que habían decidido ceder la cuadrilla del paso del Santísimo Cristo de la Conversión del Buen Ladrón, que se quedaría en su capilla. ¡Un milagro!”.
El Cristo de la Conversión se quedó en la capilla de Montserrat, acompañado por un grupo de cofrades. La Soledad alteró su itinerario para pasar por delante de la capilla de Montserrat y formar una sola y original cofradía con nazarenos de hábitos distintos que acompañaban a dos pasos de virgen. La Cruz de Guía de San Buenaventura entró detrás de San Isidoro, que acortó su llegada a La Campana por la calle Martín Villa. El recorrido de regreso de la Soledad desde la Catedral también se hizo coincidir con el de Montserrat, por las calles Alemanes y Hernando Colón, hasta llegar a la Plaza Nueva. Una vez allí, en la esquina de Tetúan, el paso de la Soledad giró a la altura de la calle Granada y esperó al palio de Montserrat. Ambos pasos se colocaron frente a frente y fueron levantados al mismo tiempo, al golpe de un solo martillo y guiados por un solo capataz, Manolo Rechi, rememorando la antiquísima ceremonia de la humillación que todavía se conserva en algunos pueblos de Andalucía.
La Soledad entró en su convento a una hora desacostumbrada, las dos y media de la madrugada. Al volver a la Iglesia conventual, la hermandad franciscana decidió nombrar a Montserrat hermana de honor por aquel gesto de generosidad y solidaridad sin precedentes y poner las flores de las jarras de su paso a los pies del único Cristo que se quedó sin salir en aquella Semana Santa de hace cuarenta años.
A la mañana siguiente, el Padre Rafael Bellido, presidente adjunto del Consejo de Cofradías, reunió a todos los representantes de las hermandades sevillanas en la Sala Capitular de los Servitas, hermandad que se disponía a realizar esa misma tarde su primera estación de penitencia. En correspondencia con el bello gesto del día anterior, el Consejo decidió por unanimidad invitar a Montserrat a integrarse, con el paso del Cristo de la Conversión, en la procesión del Santo Entierro que saldría esa misma tarde desde San Gregorio. Con cinco horas de antelación, Montserrat no encontró costaleros para formar una sola cuadrilla y la imagen tallada por Juan de Mesa tampoco pudo salir el Sábado Santo. La crisis de los costaleros profesionales estaba servida.
Aquella tarde del Viernes Santo, la Soledad estrenaba una saya de raso blanco bordada en oro por Dolores Pérez Toscano. Las puertas del convento de San Buenaventura se abrieron a las siete menos cuarto de la tarde, tal como estaba previsto, y la Cruz de Guía se puso en la calle a pesar de la llamativa y preocupante ausencia de los costaleros. La Junta de Gobierno sólo contemplaba la posibilidad de un retraso, de una falta de puntualidad, pero la realidad empezaba a ser tozuda. Lo cierto es que el capataz contratado por la hermandad, José González Solano, más conocido en los ambientes cofradieros como el “Rabanero”, no se había presentado porque no disponía de cuadrilla. Esa misma mañana había sido visto en las vecinas localidades de Camas y Olivares intentando reclutar costaleros de urgencia, pero no los había disponibles para esa tarde ni en Sevilla ni en los pueblos cercanos. Días después, el “Rabanero” se limitaría a explicar a la hermandad que había sido “traicionado por terceras personas que le habían prometido costaleros suficientes para sacar un paso”.
El Hermano Mayor de la Soledad, Francisco Yoldi Delgado, solicitó al Consejo de Cofradías pasar por la Carrera Oficial tras el Cachorro, con la intención de ganar tiempo para reclutar costaleros de otras hermandades. La primera gestión realizada fue con Antonio Rechi, capataz de Montserrat, que lamentó no disponer de hombres de relevo suficientes para completar las trabajaderas de un paso entero. Mientras tanto, la Junta de Gobierno de la Soledad desestimó la posibilidad de salir, como en el Vía Crucis del primer viernes de cuaresma, con el Cristo de la Salvación a hombros de los penitentes. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, el Diputado Mayor reunió a los doscientos nazarenos de la cofradía para informarles de la situación y rezar el Santo Rosario. Según relata José Manuel Muñoz Suárez en su libro “De Caño Quebrado a San Buenaventura”, “se rezaba el cuarto misterio, Jesús con la cruz a cuestas, cuando se presentaron en la Iglesia el Hermano Mayor de Montserrat, Guillermo Pickman Albandea, y su Mayordomo, Rafael Jiménez Cubero, comunicando que habían decidido ceder la cuadrilla del paso del Santísimo Cristo de la Conversión del Buen Ladrón, que se quedaría en su capilla. ¡Un milagro!”.
El Cristo de la Conversión se quedó en la capilla de Montserrat, acompañado por un grupo de cofrades. La Soledad alteró su itinerario para pasar por delante de la capilla de Montserrat y formar una sola y original cofradía con nazarenos de hábitos distintos que acompañaban a dos pasos de virgen. La Cruz de Guía de San Buenaventura entró detrás de San Isidoro, que acortó su llegada a La Campana por la calle Martín Villa. El recorrido de regreso de la Soledad desde la Catedral también se hizo coincidir con el de Montserrat, por las calles Alemanes y Hernando Colón, hasta llegar a la Plaza Nueva. Una vez allí, en la esquina de Tetúan, el paso de la Soledad giró a la altura de la calle Granada y esperó al palio de Montserrat. Ambos pasos se colocaron frente a frente y fueron levantados al mismo tiempo, al golpe de un solo martillo y guiados por un solo capataz, Manolo Rechi, rememorando la antiquísima ceremonia de la humillación que todavía se conserva en algunos pueblos de Andalucía.
La Soledad entró en su convento a una hora desacostumbrada, las dos y media de la madrugada. Al volver a la Iglesia conventual, la hermandad franciscana decidió nombrar a Montserrat hermana de honor por aquel gesto de generosidad y solidaridad sin precedentes y poner las flores de las jarras de su paso a los pies del único Cristo que se quedó sin salir en aquella Semana Santa de hace cuarenta años.
A la mañana siguiente, el Padre Rafael Bellido, presidente adjunto del Consejo de Cofradías, reunió a todos los representantes de las hermandades sevillanas en la Sala Capitular de los Servitas, hermandad que se disponía a realizar esa misma tarde su primera estación de penitencia. En correspondencia con el bello gesto del día anterior, el Consejo decidió por unanimidad invitar a Montserrat a integrarse, con el paso del Cristo de la Conversión, en la procesión del Santo Entierro que saldría esa misma tarde desde San Gregorio. Con cinco horas de antelación, Montserrat no encontró costaleros para formar una sola cuadrilla y la imagen tallada por Juan de Mesa tampoco pudo salir el Sábado Santo. La crisis de los costaleros profesionales estaba servida.
FUENTE: Pasión en Sevilla
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