Deudas morales saldadas. La de Sevilla con el pregonero y las de él consigo mismo y con los suyos. Fernando Cano-Romero, más de veinticinco años después, que no son nada o son mucho, según el calendario que los mida, se enfrentó al atril del prólogo de la Semana Santa en el Maestranza, que aparentemente, se queda pequeño. Ese tiempo perdido pesaba, y mucho, en las expectativas de de la gran masa asidua al pregón, muchos de cuyos componentes se quedaron fuera al no estar a la venta las entradas. Todos los que estaban eran invitados, ergo no estaban todos los que son pero sí eran todos los que estaban o querían parecerlo.
El de Fernando Cano ha sido una vuelta a los cánones del pregón clásico, pero con carga profunda de reivindicación de la Fe y la pertenencia a la Iglesia y constantes referencias a la más cruda realidad, del aborto —sin nombrar el término— a la crisis pasando por los ataques a las capillas universitarias o la supresión de los crucifijos en la aulas, sin olvidar cuestiones exclusivas de la ciudad, como la destrucción de edificios singulares o incluso las setas de la Encarnación, un pasaje de crítica hacia la controvertida edificación que arrancó los aplausos del público.
Sin nervios y rodeado por su mujer, Nena Moreno Silva, y sus cinco hijos: Macarena, Rocío, Reyes, María del Subterráneo y Manuel Jesús de la Buena Muerte —nombres que reflejan sus devociones— Cano-Romero cumplió su sueño «tras ese atril tan anhelado» de la primera palabra de su discurso: Esperanza, a la última: Macarena, sin olvidar una advocación o una referencia a las imágenes de Sevilla, una mención o un recuerdo a personas vinculadas a las cofradías que han desaparecido este año, como el capataz Rafael Ariza o el diputado de Cruz de la Soledad de San Lorenzo, Diego Lencina.
Sin concesiones al lirismo gratuito o a la brillantez meramente retórica, el pregonero dijo lo que quería decir, llegando a ser didáctico en sus introducciones a los temas que quería sacar a la palestra. Así, habló del surgimiento de la religiosidad popular para hablar de la Semana Santa como producto de la Fe, sin la que no tendría sentido, para asegurar que «no es la fiesta que se celebra en el Solsticio de la Primavera» o se refirió al aumento de población para homenajear a las nuevas cofradías, incluidas las de vísperas, con especial mención a la trianera Pasión y Muerte, que se estrena este año como hermandad.
En prosa poética, con un solo verso final dedicado a la Macarena, el pregonero defendió la vida con la Virgen del Subterráneo; habló del ataque a las capillas con el Cristo de la Buena Muerte; del matrimonio entre hombre y mujer con la Virgen de la Encarnación, de Santa Catalina con la Virgen de las Lágrimas, de la Cruz de la Juventud con el Cristo de la Vera Cruz, del maltrato, la droga y el paro, con la Virgen de la Quinta Angustia...
Tampoco se dejó en el tintero la labor de caridad o acciones sociales que realizan las hermandades ni la labor, que fuera de su atracción estética, realizan los Armaos de la Macarena, otro fragmento que consiguió los aplausos del público, al igual que pasó con las palabras dirigidas a la Hermandad de la Esperanza de Triana y sus titulares.
El último tercio del pregón sirvió para que Cano-Romero echara el resto, incluso con esfuerzo físico que se dejó notar al final. Desde el relato de la ocultación de la Macarena en casa de Felisa, la limpiadora de San Gil, al pasaje dedicado a una anécdota ante las «setas» de la Encarnación —con mirada incluida al impertérrito alcalde—, en la que una pareja foránea critica la estructura mientras pasa la Esperanza y Felisa le contesta a uno de ellos: «Señora, ¿¡va usté a perdé er tiempo mirando p´ arriba con lo que tiene delante de los ojos!?»
Hubo una leve crítica a la «dejación, falta de sensibilidad y de conocimiento de aquellos que han recibido como misión propia por su ministerio cuidar de los fieles que les han sido confiados», y toques de atención a las hermandades: «El cofrade es Iglesia e Iglesia debe sentirse en todo momento» o referencias «a la aguda crisis de Fe que padecemos».
Ya con la voz rota, Fernando Cano se adentró en el final de su texto de la mano de la Macarena. Y ahí sí dio pellizcos, reconociendo lugares, momentos, sensaciones y hondos sentimientos ensartados con requiebros, con mayor lirismo que el resto del texto, a su Virgen por la que «esta ciudad, por encima de todos los calificativos que quieran asignarle, es la ciudad de la Esperanza».
El de Fernando Cano ha sido una vuelta a los cánones del pregón clásico, pero con carga profunda de reivindicación de la Fe y la pertenencia a la Iglesia y constantes referencias a la más cruda realidad, del aborto —sin nombrar el término— a la crisis pasando por los ataques a las capillas universitarias o la supresión de los crucifijos en la aulas, sin olvidar cuestiones exclusivas de la ciudad, como la destrucción de edificios singulares o incluso las setas de la Encarnación, un pasaje de crítica hacia la controvertida edificación que arrancó los aplausos del público.
Sin nervios y rodeado por su mujer, Nena Moreno Silva, y sus cinco hijos: Macarena, Rocío, Reyes, María del Subterráneo y Manuel Jesús de la Buena Muerte —nombres que reflejan sus devociones— Cano-Romero cumplió su sueño «tras ese atril tan anhelado» de la primera palabra de su discurso: Esperanza, a la última: Macarena, sin olvidar una advocación o una referencia a las imágenes de Sevilla, una mención o un recuerdo a personas vinculadas a las cofradías que han desaparecido este año, como el capataz Rafael Ariza o el diputado de Cruz de la Soledad de San Lorenzo, Diego Lencina.
Sin concesiones al lirismo gratuito o a la brillantez meramente retórica, el pregonero dijo lo que quería decir, llegando a ser didáctico en sus introducciones a los temas que quería sacar a la palestra. Así, habló del surgimiento de la religiosidad popular para hablar de la Semana Santa como producto de la Fe, sin la que no tendría sentido, para asegurar que «no es la fiesta que se celebra en el Solsticio de la Primavera» o se refirió al aumento de población para homenajear a las nuevas cofradías, incluidas las de vísperas, con especial mención a la trianera Pasión y Muerte, que se estrena este año como hermandad.
En prosa poética, con un solo verso final dedicado a la Macarena, el pregonero defendió la vida con la Virgen del Subterráneo; habló del ataque a las capillas con el Cristo de la Buena Muerte; del matrimonio entre hombre y mujer con la Virgen de la Encarnación, de Santa Catalina con la Virgen de las Lágrimas, de la Cruz de la Juventud con el Cristo de la Vera Cruz, del maltrato, la droga y el paro, con la Virgen de la Quinta Angustia...
Tampoco se dejó en el tintero la labor de caridad o acciones sociales que realizan las hermandades ni la labor, que fuera de su atracción estética, realizan los Armaos de la Macarena, otro fragmento que consiguió los aplausos del público, al igual que pasó con las palabras dirigidas a la Hermandad de la Esperanza de Triana y sus titulares.
El último tercio del pregón sirvió para que Cano-Romero echara el resto, incluso con esfuerzo físico que se dejó notar al final. Desde el relato de la ocultación de la Macarena en casa de Felisa, la limpiadora de San Gil, al pasaje dedicado a una anécdota ante las «setas» de la Encarnación —con mirada incluida al impertérrito alcalde—, en la que una pareja foránea critica la estructura mientras pasa la Esperanza y Felisa le contesta a uno de ellos: «Señora, ¿¡va usté a perdé er tiempo mirando p´ arriba con lo que tiene delante de los ojos!?»
Hubo una leve crítica a la «dejación, falta de sensibilidad y de conocimiento de aquellos que han recibido como misión propia por su ministerio cuidar de los fieles que les han sido confiados», y toques de atención a las hermandades: «El cofrade es Iglesia e Iglesia debe sentirse en todo momento» o referencias «a la aguda crisis de Fe que padecemos».
Ya con la voz rota, Fernando Cano se adentró en el final de su texto de la mano de la Macarena. Y ahí sí dio pellizcos, reconociendo lugares, momentos, sensaciones y hondos sentimientos ensartados con requiebros, con mayor lirismo que el resto del texto, a su Virgen por la que «esta ciudad, por encima de todos los calificativos que quieran asignarle, es la ciudad de la Esperanza».
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