En la Plaza de la Alfalfa esquina con la Calle San Juan, podemos ver este azulejo en la pared recordando la triste suerte de José Portal Navarro, costalero de San Bernardo quien, al llegar a la plaza de la Alfalfa, le sobrevino un mortal fallo cardiaco a los cuarenta y dos años de edad.
Al año siguiente la hermandad de San Bernardo descubrio este recuerdo en la fachada de uno de los edificios de la plaza, en un acto de fuerte emotividad de todos sus compañeros de las trabajaderas.
Ese Miércoles Santo de 1986, José Portal estaba bajo la imagen del Cristo de la Salud junto a otros veintiocho valientes.
¡Cómo le llegó la noche aún siendo día! ¡Cómo la sorpresa impuso su hábito de melancolía! Dicen que se presentó hermosa la muerte, que se engalanó para hacer patente su presencia. Dicen que enarboló una sonrisa de victoria para enturbiar el más bello de los sueños, que mostrarse competencia Al que ya la había vencido, enfrentarse al poder que dormía en la cruz. Cuentan que corrió presurosa para turbar la serena musicalidad de la tarde, el rumor cadencioso, que florece en los blancos patios de mármol y cal, de pilastras y geranios, de silencios y susurros, y que se asomaba a los zaguanes cuando Cristo pasaba venciéndola por las lindes del viejo barrio judío.
Cuántas veces transitó aquella misma calle asido de la mano de la mujer que le robó el sueño para hacerlo prisionero en la cárcel de unos ojos, cuántos recuerdos habrán quedado prendido en las rejas de las ventanas donde se asoman monjas de clausuras, siluetas enmarcadas en la memoria de la calle. Cuántos paseos, cuántas conversaciones siguen musitándose por esas mismas calles que fueron testigos de sus últimos esfuerzos, de sus últimas declaraciones de fervor hacia el Cristo que le conocía desde la infancia, del Señor al que tantas veces rezó en el recogimiento claustral de su capilla, Al que se encomendó para poder seguir abrazando al padre que yacía, un día más, en una cama de hospital, a ese Jesús, siempre vivo, siempre atento, que le sorprendía y esperaba con los brazos abiertos para darle su cobijo en el pecho de su amor.
¡Cómo le llegó la noche siendo día! ¡Cómo el zarpazo definitivo le arrancó de cuajo sus ilusiones! Había sido vencida ya la luz de la mañana. Revoloteaba en el aire una brisa festiva que anegaba las casapuertas del viejo arrabal. Nada hacía presagiar el drama. Un aluvión de rostros conocidos deambulaban por las calles buscando el Refugio de unos ojos, ansiada recuperación que la memoria hacía dispersa en la diáspora a la que les habían conferido el tiempo y la despreocupación de otros que dejaron que los años vencieran las casas. Había sones viejos, de brigadas a caballo que volvían del pasado, en cornetas nuevas mariposeando por el aire, anunciando no la muerte del Señor, sino la vida que retornaba, hermosa y precisa, a la calle ancha de San Bernardo. Había repiques de oros bordados, de bambalinas que flirteaban con los balcones abiertos, con la mampostería que saludaban –con honor, respeto y gloria- a la Reina de sus corazones, a La que propiciaba el encuentro de familias y amigos que coincidían en los espacios en los que nacieron y crecieron y ahora retornaban para enaltecer el recuerdo.
¡Cómo le llegó la noche siendo día! Para ahí, gritó alguien de improviso, para ahí, repitió uno de esos que compartían el alma y el sudor bajo las trabajaderas, el esfuerzo sacro de poder sentirse parte de Dios, de redimir penas de amor, de pago de deudas de fervor, de peticiones por otros de su misma sangre y del mismo ser que soñaban ya su procesión hacía el mismo cielo en el que el Cristo de la Salud les espera. Un concilio de costales blancos en el zaguán de una casa de la Alfalfa, un último hálito, una última mirada, mientras el paso se iba llevando con él su alma. Sólo el cielo fue testigo del abrazo del Señor, de una caricia cercana al leño de la Cruz, donde todo se adivina, donde todo se perdona, donde concurre y se juntan las desgracias y las dichas, la sonrisa y el sollozo. Hubo un mar de lágrimas anegando las entrañas de la vieja Alcaicería. Voló la noticia rápida, se esparció el conocimiento de la muerte de José Portal mientras llevaba a su Cristo de la Salud y fue el mismo Señor el que le llevó en las andas de sus brazos, convirtiéndose en costalero del amor que le llegaba.
Hace veinticinco años que San Bernardo se hizo luto, siendo miércoles santo...
¡Cómo le llegó la noche siendo día! ¡Cómo consiguió la gloria, tan de pronto! Siendo costalero de Sevilla.
* A su memoria, a sus hermanos mis amigos.
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